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En Roma, Marcus T. Cicerón (Arpinium, Italia, 106 - Gaete, 43 a.C.) hombre de estado de la República y abogado brillante, fue uno de los principales filósofos romanos. Siguiendo con el tema del Fedro de Platón, donde Sócrates describe el delirio profético y los medios de cómo él se manifiesta, distingue por boca de Quintus las dos formas de adivinación: la videncia y la mantica [1], que se diferencian entre sí por los medios que utilizan en la prospección del futuro: la videncia es llamada natural e intuitiva y la mantica es artificial, inductiva y técnica, utilizando el soporte del análisis de las entrañas de animales, del vuelo de los pájaros, de la astrología, etc. En el comienzo de De Divinatione, Cicerón pinta un cuadro bien acabado de las prácticas divinatorias de la época (alrededor del año 45 a.C.):
“Es una vieja creencia, sostenida ya desde los tiempos de los héroes y ratificada, además, por el asentimiento del pueblo romano y de todas las gentes, la de que hay entre los seres humanos una especie de poder adivinatorio al que los griegos llaman mantike (μαντική en griego), esto es, la capacidad de intuir y de llegar a saber lo que va a pasar. Se trata de una capacidad extraordinaria y salvadora, caso de existir, en virtud de la cual la naturaleza mortal podría acercarse en muy gran medida a la condición de los dioses. Y, de la misma manera que, en otros muchos casos, nosotros hemos sabido derivar palabras mejor que los griegos, así nuestros antepasados derivaron de ‘deidades’ su denominación para esta capacidad tan notoria, mientras que los griegos, según interpreta Platón, lo hicieron de delirio. (furor) (2) Desde luego, no encuentro pueblo alguno — por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea que no estime que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por parte de algunas personas”
En el diálogo De divinatione, Cicerón le hace decir a Quintus con respecto a la adivinación natural :
“… estoy de acuerdo con quienes han dicho que hay dos tipos de adivinación, uno basado en el aprendizaje y otro que prescinde de él. Y es que hay aprendizaje en quienes, una vez han conocido los hechos pasados a través de la observación, indagan en los nuevos a través de una interpretación. Pero prescinden del aprendizaje quienes no intuyen el futuro a través del razonamiento y la interpretación, observando y anotando los signos, sino a través de una especie de turbación del espíritu, o de un impulso desinhibido y espontáneo, cosa que a menudo les acontece a los que sueñan, y, de vez en cuando, a quienes vaticinan bajo los efectos del delirio, como el beocio Bacis, el cretense Epiménides o la Sibila de Entras.” (3)Y con respecto a la adivinación artificial, Ciceron escribió lo siguiente:
“Ahora bien, los tipos de adivinación que se explican mediante una interpretación, o bien mediante la constatación y anotación de aquello que sucede, no se llaman ‘naturales’, sino ‘artificiales’, como dije más arriba; dentro de este tipo se hallan incluidos los arúspices, los augures y los pronosticadores.” (4)
Las dos formas de adivinación, la artificial o inductiva y la natural o inspirada conciernen al conocimiento. Se busca el descubrimiento de un secreto del destino, el resultado de una acción, el desenlace de un evento, etc. En todo caso, lo que se busca no es algo que siga necesariamente una serie causa-efecto, sino más bien algo contingente y que está en ciernes: el presagio. Y según Cicerón, esa capacidad de presentir nos viene del exterior, ha sido puesta en nosotros por los dioses.
“Es en el espíritu donde reside la capacidad de presagiar, la cual se infunde desde el exterior y se recibe por voluntad divina. Si esta capacidad llega a prender con mayor viveza, se llama ‘delirio’, cuando el espíritu, una vez desligado del cuerpo, cae en trance bajo la instigación divina.” (5)
1. Ciceron, De divinatione, 1,1Filosofía y Esoterismo
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