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En la magia pagana natural, los cultos a la fecundidad, asociados a ritos lunares o solares, tenían un lugar privilegiado. Las fiestas solares estaban estrechamente ligadas a las estaciones del año, a las cosechas y a las riquezas de la tierra. Los ritos estaban determinados por los movimientos aparentes de partida y retorno del sol. Los astrónomos habían determinado que ciertos días del año tenían la misma duración (los equinoccios), mientras que otros días marcaban el final del camino de ida o vuelta del sol (los solsticios), a partir del cual los días comenzaban a hacerse más largos o mas cortos.
La mayoría de las principales culturas pre-cristianas, ya fuera la cretense, la helénica, la etrusco-romana o la ibérica, nos han legado ritos y costumbres de componente místico donde predominan la preocupación del hombre por la identificación con la naturaleza y la purificación a través del fuego, el agua, la tierra y el viento.
Los antiguos celtas llamaban Litha o Alban Hefin a esta fiesta de solsticio verano (invierno en el hemisferio sur).Aunque sus orígenes son oscuros, la palabra Litha designa una “rueda”, haciendo alusión posiblemente al sol en su máximo esplendor. Esta fiesta se celebra a la noche del 21 al 22 de junio en el hemisferio norte (21 al 22 de diciembre en el hemisferio sud). La noche de la víspera del solsticio, los druidas encendían fuegos circulares en lugares sagrados, cerca de fuentes de agua, que mantenían vivos toda la noche y jugaban con antorchas, o encendían ruedas que hacían rodar por pendientes.
Lanzar desde una colina una rueda encendida representaba el descenso del Sol que ese día estaba en el apogeo. El solsticio, que marcaba el máximo poder el sol y el día más largo del año, también marca el momento en el que la luz del Sol comienza a disminuir en el año por los seis meses que siguen. Este acontecimiento forma parte del flujo incesante de toda la naturaleza que declina a partir de un instante de plenitud. La fiesta recomenzaba al amanecer, a la salida del sol del solsticio, haciendo sonar tambores para encorajar el viejo sol para levantarse temprano y brillar en el día más largo del año.
Todas las fiestas en diferentes puntos del mundo la madrugada del 24 de junio (o el 21 de junio en ciertos sitios) coinciden en celebrar el instante en el que el Sol se hallaba en su máximo esplendor, cuando dura más tiempo en el cielo y muestra su máximo poder a los hombres, el solsticio de verano, el día más largo. Y la noche más corta. El triunfo de la luz sobre la oscuridad. Una noche mágica.
Desde muy antiguo se encendían grandes hogueras en esa noche. El fuego era protección para los hombres y los animales contra las bestias feroces, aleja la noche y su misterio, proporciona luz, calor y ayuda a cocinar los alimentos. Es purificador cuando quema lo que no queremos, es renovador para los campos. El fuego es mágico.
Aunque la noche del solsticio es la del 21 de junio la iglesia adaptó la fiesta pagana en origen, asociándola a San Juan Bautista. Es una noche en la que todo puede suceder, cuando las hierbas tienen propiedades que todo lo curan o espantan malos espíritus, las mozas encuentran novio y el amor no tiene ataduras. Las brujas y las hadas campan a sus anchas, los tesoros escondidos brillan y pueden ser descubiertos y quien coge en esta noche la hierba llamada verbena (también valeriana y trébol) queda curado de todo mal o consigue a su amor. Se salta el fuego para alcanzar la felicidad y se recuperan de las llamas las flores arrojadas por las jóvenes para guardarlas como talismanes…
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